jueves, 23 de julio de 2009

El Caldeamiento del Músico - El Músico en el Caldeamiento. Por Julian Presas.

EL CALDEAMIENTO DEL MUSICO – EL MUSICO EN EL CALDEAMIENTO
Publicado en "Campo Grupal", Noviembre 2009.

El tiempo de función puede ir de los sesenta a los trescientos minutos incluyendo el trabajo previo y posterior de la compañía.
No para el músico.

El músico de Teatro Espontáneo es como los instrumentos.
Acaso el tambor deja de ser tambor por no estar sonando, acaso las cuerdas dejan de serlo por no ser tañidas, acaso los vientos no son vientos porque no hay soplido que los atraviese, y la voz no es voz por no vocearse…

Entiendo la sonorización de escenas espontáneas de la vida real como un lugar de privilegio donde el músico puede realizarse. Espacio donde las dimensiones de lo real se entremezclan con las del tiempo, el espacio y la ficción.

La responsabilidad que implica ser ejecutor de materia audible en representaciones que pueden ser livianas o profundas.
El compromiso y cuidado que se debe tener a la hora de ingresar al espacio acústico.
La certeza de que donde los sonidos llegan las palabras apenas acarician.
Lo innegable del sonido como ente donde todas nuestras memorias, identidades y procesos se reúnen.
Todo eso me ha llevado a pensar en una serie de pasos a tener en cuenta antes de la función.

Porque el tambor debe tensar el parche, las cuerdas deben afinarse, los vientos deben calibrarse, la voz debe prepararse, el músico debe caldearse.

CALDEAMIENTO DEL MUSICO/SONORIZADOR

“Los Oídos”
Oír y escuchar no es lo mismo.
Los oídos no tienen parpado, esa constante percepción torna la audición vaga, es una consecuencia lógica, por eso debemos afinar el oído, sensibilizarlo, volver a oír, volver a escuchar.
La auditiva, junto a la olfativa; es una de las dos memorias mas antiguas del ser humano, debemos oír lo que pasa, para lograr esta re-sensibilización, escuchamos.
Para ayudar cerramos los ojos y oímos, lo que pasa afuera, los sonidos del ambiente, luego los nuestros, los internos, ritmo cardiaco, respiración, aire, sangre, los fluidos corporales. El silencio, el ambiente, el todo.

“Los Ojos”.
¿Que vemos?
Reconocemos el espacio, colores, formas, tamaños, componentes, cosas, afinamos la mirada.
Este es otro de los tres universos por donde el músico percibe y lee lo que sucede en la escena.
Oídos. Ojos. Y el tercero, es el ALMA.
Vamos a ver todo lo que se pueda ver, lo invisible, lo sin forma, con ojos cerrados o abiertos, todo nuestro sentir puede estar viendo, toda nuestra sensibilidad es ojo. Ver, mirar, observar. Agudizar y gravitar la vista.

“Las Manos”.
Su doble función, como instrumento y como ejecutante de los mismos.
La mano es la herramienta mediante la cual hacemos sonar, incluso la voz, al acompañarse de la gestualidad de las manos, se potencia.
Reconocemos nuestras manos. Nuestras arrugas, dedos, nudillos, cicatrices, manchas, huellas.
¿Qué han hecho nuestras manos?
Han acariciado, han golpeado, han tocado, han tapado, han abierto.
¿Cuál es la historia de mis manos?
La derecha que trabaja, la izquierda que sueña, ambas dos juntas, mano con mano, contra el piso, contra el instrumento, contra el aire, contra el viento. Abriéndome paso hacia la realidad desde el mundo de sonidos en el que me sumerjo en la sonorización, mano que es ancla y vuelo, que trae, que lleva.
Miro y escucho a mis manos, tienen tanto que decir…

“El Cuerpo”.
La pedagogía musical estructurada, los conservatorios y academias tienden a rigidizar el cuerpo, no solo se encapsulan los sonidos sino también las posibilidades de movimiento.
El cuerpo del músico es lugar por donde el sonido pasa, debe ser flexible y estar abierto, preparado, listo y despierto.
No olvidemos que gran parte del tiempo tenemos encima nuestro, otro cuerpo, si; el del instrumento.
Un peso que puede contracturarnos, producir esguinces, impedir movilidad, otra entidad corpórea a la que tenemos que amoldarnos.
La memoria corporal esta íntimamente ligada a la memoria sonora, otro de los motivos por los cuales es importante caldear nuestro cuerpo.
Cada palmo de piel, músculo, hueso y articulación es provocado por el sonido.
Cada espacio no trabajado es territorio perdido, lugar por donde la cosa no podrá ser.
Debemos trabajar nuestro cuerpo sin el instrumento, por separado; intentemos no ser músicos por un rato y bailemos, movamos nuestros cuerpos mientras otros tocan.
Trabajemos nuestras trabas corporales, reconozcamos nuestro cuerpo, preguntémosle a su memoria algo que queramos saber para reelaborarlo, consultemos nuestra historia individual, regional, continental, generacional, la de nuestro compromiso, la de nuestros desintereses, preguntemos… el cuerpo tiene repuestas, el cuerpo nos puede ayudar.

“El Espíritu”
Todo lo que sale de nosotros atraviesa antes, cuerpo y alma.
Debemos caldear nuestros sentires, tristezas, alegrías.
Evocar nuestros momentos más profundos, tenerlos a mano, saber de ellos, recordarlos, vivirlos, despertar la sensibilidad de nuestra historia.
Predisponer nuestra esencia, recorrer nuestro interior.
Nacer y morir de nuevo. Nuestros vivos, nuestros muertos.
Debemos entrenar la fortaleza que nos permita ser todo esto sin sucumbir y al mismo tiempo, sucumbiendo.
Porque si sonorizo una muerte, muero, me desgarro y desangro en el ruedo.
Porque si sonorizo un nacimiento siento ese cuerpito, esa risa, esa ternura.
Porque si sonorizo aquello liviano o profundo que el narrador relate debo tener a mano mis sentires, todos.
El entrenamiento permite poder en segundos sonorizar otra escena.
Por esto el músico esta en otro tiempo. Para protegernos ante lo jugado, apasionado, hermoso y terrible de nuestras acciones.

EL MUSICO EN EL CALDEAMIENTO

Después de las palabras, la bienvenida, las explicaciones, la presentación de la compañía. En algún momento (de acuerdo al dispositivo), el que surge es el sonido.
El sonido también puede ser palabras.

La compañía esta caldeada, el músico también, pero el público no.
El músico debe además de caldear sus oídos y predisponer sus mentes, aunar de alguna forma a todos los presentes; público y compañía.
Convengamos que con la música de por medio la cosa es fácil, es el elemento adecuado, no obstante, tenemos que ayudar a la música con una buena selección de aquello que hagamos que suene.

Adecuación.
¿Dónde es la función? ¿Quiénes componen el público? ¿Cuál es su historia sonora?
Debemos estudiar previamente la comunidad donde irrumpiremos, sus hitos, traumas acústicos, orgullos musicales, lo sonoro que predomina.
Un volcán, un terremoto, los artistas locales, los estilos que los identifican, el folklore, la música popular, los cantos conocidos, las letras, los instrumentos.
Debemos misturar nuestro bagaje con aquello propio del lugar donde sonoricemos.
Si viajamos a otra realidad, tenemos tiempo, tenemos Internet, una serie de recursos a nuestra disposición. Bibliotecas donde historizar, discos, Youtube… es tan fácil la búsqueda de material ahora.
Pero atención, que estar al menos un día antes en el lugar de intervención es único, sentir sus olores, palpitar y respirar los mismos aires es tremenda preparación. Algo que la tecnología, ojala; no pueda nunca lograr.
Si la función es en “nuestro lugar” estemos atentos a los que vienen. Si ya conozco al narrador, si alguna vez sonoricé una escena suya debo recordar que toqué, que instrumento, que giro melódico, que melisma, que impostación de voz, como, en que momento de la escena, que hizo tal actor.
Para eso son buenas las crónicas, además de la memoria claro.
Quienes están presentes, como visten, como caminan, como respiran, como hablan, como se sientan, como miran la escena, se ruborizan, se sonrojan, que reacciones tienen, como reaccionan ante tal sonido.

Selección.
Los primeros sones pueden marcar aquello que suceda luego.
Seamos concientes de eso. Vamos a tocar tonos mayores, menores, o ambos. La armonía, de pocos grados, de muchos. Los colores. Lo atemperado. La afinación. La apertura. Lo oclusivo. Lo gris. Lo luminoso.
Sepamos que detenernos, insistir y permanecer en cualquiera de estas formas puede marcar la pauta de lo que suceda en la función.
Sepamos que lo que toquemos puede ser forma. Mecanismo de control. Manipulación de situaciones.
Por eso es bueno que el Músico de Teatro Espontáneo tenga otros espacios donde ser músico. Aquí es músico/sonorizador.
Los despliegues de ego, técnica y virtuosismo deben ser en otro ruedo. Aquí también pueden estar, pero al servicio de la escena.
Las luchas de poder y el anhelo de dominio no deben ocupar espacio en el pensamiento del músico.
Su energía esta destinada al “nosotros”, no al “yo”.

CIERRE

El músico de teatro espontáneo puede no ser visible, el o ella son la música.
Tiene y no tiene al mismo tiempo, sexo, religión, credo, color.

Debe tomar conciencia de la responsabilidad que es sonorizar una escena y debe hacerlo de manera comprometida.
Profesar desde la acción y la palabra.
Desde la entrega y el compromiso.

El músico de Teatro Espontáneo es un estudioso.
Estudia mirando flores, ríos, montañas, lunas y soles, mirándose adentro, mirando afuera, mirando a los otros, escuchando músicas, contemplando.

Ama a sus instrumentos y se propone aprender a tocar otros nuevos.

Viajando a otras culturas, aprendiendo de ellas, enseñando la nuestra.
Entregando, dando y siendo.
El músico tiene mil vidas, nace, muere y renace función tras función.

El músico se debe a quienes lo escuchan.
Llora con sonidos, ríe con sonidos, ama con sonidos, hace el amor con sonidos, hace la guerra con sonidos.
El sonido es su poesía y hay que protegerla.
El músico de teatro espontáneo esta loco y su locura es de lo mas cuerdo que hay en estos territorios de fusión ética/estética.

Hermanos músicos, mantengamos pura la esencia del material con el que trabajamos. Hagámoslo por respeto a la música ya que, somos la música.
Seamos dignos de ella.


Julian Presas.